3 hábitos que nos hacen felices
Existen 3 hábitos que nos hacen felices. Pero, ¿qué es la felicidad? Cuando pensamos en la felicidad suelen venirnos imágenes de lugares exóticos en las que vemos una playa paradisíaca. También pueden venirnos recuerdos de alguna experiencia grata de nuestro pasado. Incluso a algunos les vendrá la imagen del coche o la casa de sus sueños. En los tiempos actuales la felicidad también se asocia a los «me gusta» de las redes sociales o a la cantidad de seguidores. Sin embargo, nada de eso representa una felicidad real y duradera. Así pues, ¿qué es la verdadera felicidad? Se trata de un tema en el que existe bastante debate, pero si en algo están de acuerdo expertos de salud mental es que la felicidad es un estado de tranquilidad, de serenidad.
Está demostrado que los estímulos externos nos producen momentos de placer, pero sólo es eso, picos de placer. Cuando tenemos cubiertas nuestras necesidades básicas, lo demás es un placer caduco. Obviamente, si podemos permitírnoslo, no hay nada de malo en comprarnos el coche de nuestros sueños, el problema es cuando pensamos que nuestra felicidad depende de tener o no ese coche. «Cuando tenga una casa con piscina seré feliz», «cuando tenga el coche que me gusta seré feliz»… Lo que ocurre, es que cuando tengamos la casa con piscina con el coche que nos gusta aparcado fuera, a los pocos meses, nuestro nivel de felicidad volverá al original. De esta forma, seguiremos necesitando más y más estímulos externos para «ser felices».
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3 hábitos que nos hacen felices
La felicidad genuina puede entrenarse, practicarse, y para ello se van a ofrecer 3 hábitos que nos hacen felices. Al estar desconectados de nosotros mismos y enfocados sólo en lo externo, hemos perdido un poco la noción de lo que es la felicidad, por ello es importante comenzar a practicar un poco cada día estos 3 hábitos que nos hacen más felices.
1. Apreciar y agradecer lo que tenemos
Como afirma el Maestro Budista Lama Rinchen: «en la actualidad vivimos mejor que los reyes de antaño». Si nos fijamos bien, hoy en día , desde que nos despertamos hasta que nos acostamos tenemos todo cuanto queremos – o casi todo- para ser felices. Le damos a un botón y tenemos luz, abrimos un grifo y sale agua, encendemos un ordenador con internet y tenemos acceso al mundo entero. También podemos comprar cerca de casa comida para llenar la nevera. La sociedad actual nos ofrece grandes posibilidades para que nuestras necesidades vitales estén satisfechas y aún así somos infelices.
Damos por sentado que siempre viviremos así, pero cuando hay un apagón de electricidad en nuestro hogar, ¿qué ocurre? Nos quedamos sin luz, sin ordenador, sin televisión, sin cocinar (si tenemos vitrocerámica)… durante unos minutos no podemos hacer prácticamente nada, sobre todo si es de noche. Sin embargo, cuando vuelve la electricidad, durante unos minutos nos parece un auténtico privilegio. «¡Menos mal», exclamamos, y nos sentimos tranquilos. Pero, ¿por qué no podemos ver ese privilegio a cada instante? Si supiéramos lo afortunados que somos, nuestra felicidad sería mayor. Así pues, un ejercicio con el que podemos empezar nuestra práctica es agradecer todos los días aquello de lo que disponemos.
Al agradecer lo que tenemos, comenzamos a valorarlo. De esta forma, en lugar de verlo como algo normal, empezaremos a sentirnos afortunados por aquello de lo que podemos disfrutar. Es una práctica muy sencilla. Cuando abramos el grifo del agua, podemos dar las gracias por tener agua en casa; o cuando comamos al medio día, podemos saborear la comida sabiendo que somos afortunados por tener alimentos.
2. «Siempre negativo, nunca positivo»
Hace aproximadamente 20 años, el entrenador de fútbol Louis van Gaal, ocupó titulares de prensa gracias a su famosa reprimenda a un periodista a quien le espetaba: «siempre negativo, nunca positivo«. Fue durante su época como entrenador del F.C.Barcelona y todavía hoy se recuerda tal afirmación. Pues bien, de la misma forma que Louis van Gaal le recriminó a un periodista su actitud negativa, nosotros podríamos hacer exactamente lo mismo con nuestra mente. ¿Os habéis fijado que solemos pensar en negativo en lugar de pensar en positivo? Cuando tenemos un examen pensamos que vamos a suspender, cuando nos presentamos a una entrevista de trabajo estamos seguros de que no nos cogerán… También podemos exagerar con las enfermedades, «me duele la cabeza, ¿tendré un tumor?». El autoestima no se queda atrás, «no soy capaz de conseguir lo que me gustaría», «no valgo para eso»…
Nuestra mente tiende a desviarse hacia lo negativo. Parece que somos muy amigos de la Ley de Murphy: «si algo puede salir mal, saldrá mal». La razón de nuestra negatividad puede ser por varios motivos, aún así, lo importante es cambiar esta forma de pensar. ¿Qué ocurre cuando pensamos de forma negativa? Aunque parezca evidente, cuando pensamos de forma negativa, estos pensamientos se retroalimentan, aumentan y se alargan en el tiempo. Imaginemos que estamos regando una planta con agua contaminada, ¿qué ocurrirá? Morirá. Sin ir más lejos, si desde pequeño a un niño le decimos que no será capaz de conseguir aquello que se proponga, ¿qué será lo más probable que ocurra? Que no lo consiga. Pensar en negativo, sólo estimula y fomenta el pensamiento negativo.
Así pues, si rompemos ese bucle de pensamientos negativos comenzaremos a abrir un horizonte más positivo. Pero, ¿cómo romper con esa negatividad? Es importante que cuando nos venga a la mente un pensamiento negativo lo «cogamos» y lo analicemos. Por ejemplo, «mi pareja tarda mucho en llegar a casa después del trabajo, ¿habrá tenido algún accidente? ¿me estará engañando con otra persona?». Cuando detectamos el pensamiento que nos aflige, podemos someterlo a debate: ¿Qué pruebas tengo de que lo que pienso es verdad? Es importante darnos cuenta que en realidad el pensar de forma negativa ha sido un aprendizaje, por lo que vamos a empezar a debatir esos pensamientos y a cambiarlos por algunos más positivos.
3. Aprender de los errores… sólo aprender
Es importante aprender de los errores, pero sólo aprender. Recordemos: sólo aprender. ¿Por qué se hace especial hincapié en el «sólo aprender»? Porque una gran mayoría de la gente en lugar de aprender, se lamenta y se fustiga durante días, meses y años por errores cometidos. «¿Por qué no dije que sí?, ¿por qué no me atreví a dar el paso?, ¿cómo pude equivocarme de esa forma?»… El lamento y la culpa sólo harán que permanezcamos una y otra vez en el mismo punto con el añadido de generar emociones negativas. Es por esto tan importante «sólo aprender» de los errores. Podemos preguntarnos qué ocurrió, en qué acertamos y en qué nos equivocamos. Es importante reflexionar sobre cómo nos sentimos en ese momento y si pudimos herir a alguien.
Una vez que hayamos reflexionado sobre aquello que nos hace sentir mal, sobre aquel error o serie de errores que cometimos es momento de de sacar la información más provechosa. ¿Qué podemos aprender del error? ¿Cómo podemos beneficiarnos de lo que pasó? Por ejemplo, si hicimos un examen y suspendimos, en lugar de lamentarnos y pensar en lo poco o mucho que estudiamos, en nuestra mala suerte o en lo nerviosos que estábamos… Podemos enfocarlo de otro modo: quizá debamos cambiar nuestra forma de estudiar, o quizá podamos practicar un método de relajación de cara a los exámenes, etc. Es decir, si observamos la situación podemos ver qué aspectos debemos pulir de cara al futuro.
«Eliminar lo que no funciona puede ser una manera efectiva de averiguar lo que sí funciona». – Steve Bavister y Amanda Vickers –
Como afirman Steve Bavister y Amanda Vickers (2014), «mucha gente, al llegar a la edad adulta, considera que no quieren hacer ‘equivocaciones’ ni quieren arriesgarse a ‘fracasar’, quizás porque eso les llevará a pensar que ellos mismos son fracasados. Parece que esperan hacer las cosas bien inmediatamente, […] en vez de utilizar cada contratiempo como un feedback, una respuesta a sus actos y una oportunidad para aprender«.