Desechando creencias que ya no nos sirven

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Imaginemos que tenemos delante una naranja y nos la vamos a comer. Primero quitamos su piel, separamos los gajos y nos los vamos comiendo uno a uno. Una vez en nuestra boca, masticamos cada parte de la naranja para deshacerla y sacamos su zumo para que sea más fácil ingerirla. De esta manera, podemos saborearla, disfrutar de su sabor y textura y nos nutriremos de una manera adecuada. Ahora pensemos que lo hacemos de otra manera. En lugar de masticar para desmenuzar la fruta, nos tragamos los gajos enteros. Seguramente el resultado sea un incómodo dolor de estómago no sin antes haber pasado por el riesgo de atragantarnos.

Esto es lo que ocurre con aquellas creencias e ideas antiguas y, a menudo, inconscientes que rigen nuestra vida: Si no las masticamos, las desmenuzamos y las hacemos nuestras, pueden hacernos daño y limitarnos.

Qué son los introyectos y cómo nos afectan

Los INTROYECTOS son aquellos mensajes que recibimos cuando éramos niños y que convertimos en verdades absolutas sin reflexionar sobre ellas (sin masticarlas). Se pueden identificar buscando en nosotros mismos mensajes que nos decimos y que suelen empezar con “debería…”, “tengo que…”, “hay que…”. También se esconden tras refranes y normas no expresadas pero que se sobreentendían del resultado de la interacción con nuestras figuras principales de la infancia (mamá, papá, los abuelos, los profes, los hermanos mayores, etc.).

Cuando somos pequeños tomamos estas creencias como válidas por amor a la persona que nos las transmite y para adaptarnos al entorno que nos rodea. Nos sirven durante un tiempo para vivir de la manera más cómoda y satisfactoria posible que se puede vivir en ese momento. Con esto me refiero a que nos sirven de guía para que formemos nuestra propia idea del mundo y, además, obtenemos el reconocimiento y el respeto de aquellos que nos rodean y de los que dependemos. Durante ese tiempo, los introyectos son adaptativos. Sin embargo, a largo plazo pueden jugarnos malas pasadas: ocupan sitio y no nos alimentan. Nos limitan.

Algunos ejemplos pueden ser: Debería mostrarme correcta en todo momento, si descanso pareceré una vaga, tengo que hacer siempre algo útil, no tengo que hablar con desconocidos, no hay que estar triste, no debo llorar ni mostrarme débil delante de los demás, tengo que ahorrar por si algún día pasa algo, no hay que fiarse de la gente, una pareja es para toda la vida, debo cuidar a mis padres porque ellos cuidaron de mí y si no lo hago seré una mala hija, tengo que ser una buena madre, debo salir siempre aseada y maquillada, tengo que ser un niño bueno, hay que estar siempre contentos, para salir adelante hay que pasar por encima de otros, la familia es lo primero, los demás antes que yo, no tengo que perder los nervios, debo dar gracias por todo lo que tengo y no quejarme, hay que ser educado siempre, etc.

La necesidad de actualizar nuestras creencias

Muchas de estas creencias antiguas se transmiten de generación en generación sin ser adecuadamente digeridas. Se asumen y aunque tenían sentido en una época pasada, cuando llegan a nosotros ya no tienen tanta razón de ser, sin embargo si no se hace una revisión psicoterapéutica de ello perduran y se siguen transmitiendo a las siguientes generaciones.

Por ejemplo, algunos de nuestros antepasados vivieron la guerra, un tiempo en el que el miedo a morir de hambre, a morir de frío, a sufrir, etc. estaba presente en la vida de las personas, en el que quizá racionar la comida o ahorrar el poco dinero que se tenía, cobraba sentido. Entonces quizá tenía sentido tener una despensa llena de latas “por si…”, pero, ¿lo tiene hoy día en el siglo XXI? Quizá justamente ahora, en plena pandemia de la Covid-19 algunos de estos introyectos cobren más fuerza si cabe apelando a las restricciones vividas durante el 2020, pero aún con estas restricciones ¿tiene sentido hoy día temer por quedarnos sin comida, o es algo heredado?. Por otro lado… ¿qué secuelas -a nivel de introyectos- dejará esta pandemia en nuestra generación? Quizá tengamos que permanecer atentas y atentos a nuestros hijos e hijas para ver qué creencias han heredado de una situación que no han vivido en edad adulta.

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