Falacia de cambio: la necesidad de cambiar a los demás
Las distorsiones cognitivas son formas incorrectas de procesar la información. En otras palabras, analizamos la información de nuestro entorno con resultados negativos. Además, es común que las distorsiones cognitivas jueguen un papel importante en el desarrollo de los trastornos depresivos y ansiosos. Un ejemplo es la falacia de cambio.
Todos podemos experimentar algún tipo de distorsión cognitiva en algún momento. Aprender a reconocerlas nos ayudará a tener una mente más clara, a desarrollar actitudes más realistas y, lo que es más importante, más positivas. En este artículo veremos detalladamente en qué consiste la falacia de cambio, sus causas, consecuencias y formas de afrontarla.
Contenido
¿En qué consiste la falacia de cambio?
La falacia de cambio es la creencia de que no podemos resolver un problema con otra persona o circunstancia a menos que cambie primero esa persona o circunstancia (Hoyos, Arredondo y Echevarría, 2007). Piensa que, si tiene suficiente influencia sobre los demás, hará que los demás cambien para seguirlo. Es necesario cambiar a la gente porque parece que su felicidad depende completamente de ella.
La falacia de cambio es la creencia de que no podemos resolver un problema con otra persona o circunstancia a menos que cambie primero esa persona o circunstancia
Por lo tanto, la falacia de cambio es la idea de que el bienestar de uno solo depende de los actos de los demás. Debido a que creen que dependen solo de otros, la persona suele creer que los demás deben cambiar su comportamiento para satisfacer sus necesidades. Por ejemplo, un hombre que cree que sólo el cambio de su esposa hará que la relación entre ellos mejore.
Cuando tenemos este tipo de pensamiento distorsionado causado por la falacia de cambio, creemos que los demás deben cambiar para adaptarse a lo que esperamos de ellos y satisfacer nuestras expectativas, cuando en ocasiones ni siquiera saben lo que nosotros esperamos de ellos (Hoyos, Arredondo y Echevarría, 2007). Por lo tanto, al tener este pensamiento distorsionado, dedicamos toda nuestra energía y esfuerzo a hacer que la otra persona cambie.
Causas y consecuencias de la falacia de cambio
La falacia de cambio nos lleva a sentir frustración, dolor y resentimiento porque creemos que los demás no nos escuchan, no consideran nuestros sentimientos y no hacen los cambios que deberían hacer (Hoyos, Arredondo y Echevarría, 2007). Esto puede causar un importante deterioro en nuestras relaciones interpersonales y muchos problemas de rumiación en la persona que lo sufre.
La falacia de cambio nos atrapa al hacernos creer que la felicidad de los demás depende de nosotros (Londoño et al., 2005). Al atribuir nuestro bienestar casi exclusivamente a lo que hagan, piensen o sientan los demás, desarrollamos un locus de control externo que puede hacer que desarrollemos problemas de autoestima.
La falacia de cambio nos atrapa al hacernos creer que la felicidad de los demás depende de nosotros
Debido a que es poco probable que tengamos relaciones o circunstancias ideales, depender de los demás nos condena a un estado de insatisfacción constante. En consecuencia, nos condenamos a perseguir lo imposible. Posponer que el otro cambie también implica adoptar una actitud egocéntrica, en la que creemos que el mundo gira a nuestro alrededor y debe adaptarse a nuestras necesidades y deseos.
Finalmente, es importante señalar que fomentar la tensión y los conflictos al pensar que si los demás cambiaran, todo sería mejor, terminaremos desperdiciando tiempo valioso que podríamos haber aprovechado para crear métodos más adaptables para enfrentar nuestras circunstancias (Hoyos, Arredondo y Echevarría, 2007).
Afrontar la falacia de cambio
«Hay tres monstruos que no nos permiten avanzar: tengo que hacerlo bien, tengo que tratarme bien, y el mundo debe ser fácil», decía Albert Ellis (Ellis, 1962). Ellis basó su teoría en la filosofía estoica, que sostenía que la perturbación emocional no depende de la situación, sino de la interpretación que le damos, y creía que todos desarrollamos diferentes creencias irracionales que matizan nuestra manera de ver el mundo y la forma en que reaccionamos a los eventos.
Muchas de esas creencias irracionales, como pensar que «la desgracia humana se debe a causas externas», que «es terrible que las cosas no vayan como las habíamos planeado» o que «las personas importantes deben amarnos y aceptarnos», son la base de la falacia de cambio (Ellis, 1962). Estas creencias tienen algo en común: atribuimos la responsabilidad de formar y diseñar nuestra propia vida a los demás.
Para enfrentar la falacia de cambio, es crucial determinar si tienes la capacidad de hacer algo y si el otro ha hecho algo. ¿Qué evidencia me lleva a creer que solo esa persona es responsable del cambio? ¿Puedo tomar medidas aunque eso no cambie? Sin embargo, la cuestión verdaderamente transformadora es: si la persona o la circunstancia no cambia, ¿Qué puedo hacer para sentirme mejor? De esta manera, nos vemos obligados a enfocarnos en el principal protagonista de nuestra vida: nosotros mismos.
Para enfrentar la falacia de cambio, es crucial determinar si tienes la capacidad de hacer algo y si el otro ha hecho algo
Por lo tanto, podremos recuperar el control y encontrar la felicidad y el bienestar por los que nos responsabilizábamos (Londoño et al., 2005). A medida que elegimos asumir la responsabilidad de nuestra vida, tendremos más poder sobre nuestro destino. Además, el primer paso para resolver nuestros problemas es aceptar la responsabilidad por ellos.
Cambiar nuestra conducta, cambiar la forma en que comunicamos nuestras necesidades, eliminar la queja, la culpabilización, las exigencias y promover una comunicación asertiva, son buenas formas de enfrentar la falacia de cambio (Hoyos, Arredondo y Echevarría, 2007). Para que los demás puedan cambiar, debes cambiar primero.