Implicaciones Emocionales de la Navidad

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Ausencias navideñas

Uno de los primeros aspectos a destacar de las implicaciones emocionales de la Navidad son las ausencias. Aquellos seres queridos que ya no están con nosotros. La Navidad es una fecha de reunión familiar. Aquellos que no se han visto durante todo el año se reencuentran, y aquellos que se ven a menudo unen más sus lazos. De esta forma, cuando falta alguien, su ausencia es más notable.

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Estas ausencias suelen provocar tristeza, aunque cada uno lo procese a su manera. De hecho, hay familias que dejan de realizar ciertos actos cuando uno de los familiares ya no está. Este aspecto, nacido de la desgana y el desánimo, podría calificarse como disfuncional, ya que retroalimenta el círculo de tristeza. Lo mejor es seguir con las tradiciones familiares. Como ya todos sabemos, «a aquellos que se han ido seguro que les encantaría vernos felices».

Otras ausencias notables pero menos dolorosas son aquellas de los familiares que viven lejos y no pueden reunirse con la familia. En estos casos lo mejor es ser consciente que lo importante es el bienestar del familiar. Y que, si lo pensamos fríamente, no por ser Navidad hay más obligación de verse. La Navidad está llena de condicionamientos y este tema lo abordaremos a lo largo del artículo. Existe un condicionamiento muy fuerte entre estas fechas y el hecho de reunirse «sí o sí». Y cuando no es posible, se crea malestar.

La Guerra de las Luces y el Condicionamiento

Entre las implicaciones emocionales de la Navidad también entra en juego la Guerra de las Luces. Poco a poco, nos van invadiendo más luces en la ciudad. El alumbrado navideño hace acto de presencia antes de que lleguen las fiestas, incluso en algunas ciudades antes de Diciembre. ¿Qué sentido tiene esto? Consumir.

Una fiesta religiosa como la Navidad ha sufrido un fortísimo condicionamiento al consumismo. En estas fechas regalamos para Papá Noel y para Reyes. También aumentamos las compras de regalos esporádicos, y sobre todo, en alimentación. No nos conformamos con cualquier tipo de comida, sino que predomina el marisco, las carnes más caras… Hemos asociado la Navidad a consumir.

Así pues, cuanto antes nos metan en ambiente navideño con las luces, antes comenzamos a gastar. Lo curioso es que una gran mayoría de persona lo sabe, pero cae en la trampa y gastan más que en el resto del año.

¿Amor real o hipocresía?

La Navidad enternece, nos vuelve mejores personas, más solidarias y amorosas. Estas implicaciones emocionales de la Navidad son loables pero fugaces. Cabe preguntarse si realmente nos volvemos más amorosos o se trata de un falso amor. O más que un falso amor, de un amor momentáneo. Desde el Budismo el amor es la aspiración y el deseo de que todos los seres sean felices y tengan las causas de la felicidad.

En Navidad, si observamos con sinceridad, sólo miramos por los nuestros. Somos más generosos, más simpáticos y más empáticos. La cuestión es que puede que sí nos volvamos más amorosos, pero sólo durante el tiempo que duran las fiestas. Después cada uno a lo suyo hasta el año siguiente. Los Maestros Budistas, como Lama Rinchen repiten una y otra vez: «lo que habéis aprendido en el monasterio, el amor y la compasión que habéis practicado, debe traspasar las paredes de este lugar y no sólo quedarse aquí. Es fácil ser generoso en un ambiente propicio. Lo difícil es serlo en el día a día«.

Estas afirmaciones pueden llevarse también al sentimiento de amor y solidaridad que nos abarca en Navidad. Es fácil ser amoroso y generoso en Navidad, nos condicionan a ello. Lo difícil es serlo el resto del año. Una vez que pasan las fechas la alegría, la generosidad, y «todo lo que se daba», desaparece. De esta forma, más que hipocresía, como muchos tildan esta actitud, quizá sería más correcto llamarlo «amor puntual condicionado».

Regalos, Compromisos y Consumismo

Las dos frases que más escucho en Navidad son dos: «¿Y ahora qué regalo yo?» y «No me gusta que me regalen nada porque me ponen en un compromiso». Como se ha mencionado con anterioridad la Navidad ha sufrido un fortísimo condicionamiento en relación al consumo. Siendo conscientes de esto ya hemos dado un paso. Así pues, si alguien nos regala algo es porque realmente quiere hacerlo, luego, no deberíamos vernos en la obligación de devolver el regalo.

«Mientras la población general sea pasiva, apática y desviada hacia el consumismo o el odio de los vulnerables, los poderosos podrán hacer lo que quieran, y los que sobrevivan se quedarán a contemplar el resultado». -Noam Chomsky-

Del mismo modo, tampoco estamos obligados a regalar nada a nadie. Hay familias muy numerosas que cada año hacen un sobre esfuerzo económico para hacer regalos a toda la familia. Y es que una cosa es celebrar una festividad religiosa y otra dejar el bolsillo temblando. ¿No existe sentido entre una cosa y la otra, verdad? ¿Qué conexión lo une?

Como afirman Henao y Córdoba (2007), «una sociedad de consumo no es aquella en la que las gentes consumen, […] sino la que ha dado en llamarse sociedad consumista porque en ella el consumo es la dinámica central de la vida social, y muy especialmente el consumo de mercancías no necesarias para la supervivencia».

Así pues, como relatan Henao y Córdoba, la dinámica central en Navidad, a parte de las reuniones familiares, es el consumo. Sobre todo, porque la gran mayoría de los regalos no son necesarios para nuestra supervivencia. Estos autores también afirman que consumir se trata de un conjunto de procesos socioculturales. Según ellos «no son las necesidades individuales las que determinan qué, cómo y quiénes consumen». De esta forma evidencian que la sociedad y la cultura determina nuestra conducta de consumo, en este caso, masiva.

Reflexión final

A pesar del mensaje un tanto crítico de este artículo, no quita que en Navidad se pueda disfrutar y tener algún que otro detalle. Sin embargo, siempre siendo conscientes que se trata de un comportamiento social impuesto del cual somos víctimas conscientes e inconscientes.

Es un momento ideal para que el amor que destilamos y la generosidad que aparentamos la traslademos al resto del año. Llevar a cabo actos amorosos y ayudar a los demás, sin duda, también nos repercute positivamente a cada uno de nosotros. Así pues, las implicaciones emocionales de la Navidad pueden ser fructíferas si las seguimos trabajando.

Matthieu Ricard, biólogo molecular y monje budista, fue bautizado como el hombre más feliz del mundo. Como budista, sus meditaciones también se centran en el amor y la compasión, y se está comprobando científicamente que meditar en estos dos conceptos elevan los niveles de felicidad. A nivel cerebral se activa la corteza prefrontal izquierda asociada a niveles de bienestar.

“He llegado a comprender que aunque algunas personas son naturalmente más felices que otras, su felicidad sigue siendo vulnerable e incompleta, y que lograr una felicidad duradera como forma de ser es una habilidad. Requiere un esfuerzo sostenido para entrenar la mente y desarrollar un conjunto de cualidades humanas, como la paz interior; la atención plena; y el amor altruista”. -Matthieu Ricard-

Así pues, la Navidad puede servirnos de inspiración bondadosa para generar en nosotros una semilla de bondad y generosidad que vaya más allá de las fiestas. Y de esta forma, poder beneficiar a todos los seres.

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