La industria musical: de los discos de oro a las descargas digitales

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Bajando la calle con el discman colgando del cinturón, un joven cualquiera de los años noventa iba escuchando música recién comprada en la tienda de discos. Unos años después, el reproductor de CDs cogía polvo en una caja en el armario, la música se escuchaba a través de Internet y la tienda de discos había cerrado.

La mayoría de analistas marcan el año 1999 como el momento preciso en el que la industria musical cambió para siempre. Después de décadas comprando música en formato físico (desde los cartuchos de 8 pistas de los sesenta hasta los compact discs de los noventa), tres letras revolucionaron todo: www. La llegada de Internet abrió un mundo nuevo en la comunicación y en el consumo. Un mundo intangible, desarrollado en el espacio virtual. Intocable y a la vez al alcance de todos. La red se convirtió en el lugar de encuentro para quienes querían compartir conocimiento y contenidos de manera libre. Y la música era un contenido muy demandado por los nuevos usuarios de Internet.

60s, 70s y 80s: la prehistoria de la industria musical

Antes de llegar al momento que disfrutamos los consumidores hoy en día, donde todo está a un click de nosotros, tuvieron que pasar décadas de incómodos dispositivos para escuchar música y continuos viajes a la tienda de discos para comprar. Si durante los cuarenta y cincuenta la música salía mágicamente por una caja llamada radio, con la llegada de los cartuchos de 8 pistas la forma de escuchar canciones cambió radicalmente. El sencillo sistema de una cinta magnética que no dejaba de girar pasó a ser un artículo de éxito comercial a partir de 1964, cuando Ford incluyó en sus coches un reproductor de este tipo de cartuchos.

Y mientras en los coches se disfrutaba de los 8-tracks, en casa los tocadiscos hacían sonar los famosos elepés (LP, long play), discos de larga duración movidos a 33 revoluciones por minuto y con 20-25 minutos de música en cada cara del vinilo. Entre 1950 y 1980 los LP fueron el formato predominante para publicar música grabada. Sin embargo eran muy frágiles, y había que tener cuidado de no rayarlos. A principios de los ochenta las cintas de cassette destronaron a los LP. En el siglo XXI su recuerdo se ha recuperado con cierta nostalgia, y son muchos los que prefieren comprar música en vinilo. Ese romanticismo llevó a que en 2009 se vendieran 3,5 millones de LP tan sólo en Estados Unidos. Se dice que en ellos está la verdadera música, y que suenan ciertamente con un sabor mejor que los singles de iTunes o Spotify.

Los discos de vinilo fueron el formato original en el que se publicaron algunos de los álbumes más importantes, con ilustraciones para la portada que ya han pasado a la historia de la cultura, como el famoso The Dark Side of the Moon, de 1973. Muchas veces, en el interior de esas finas carpetas de cartón no solo había un disco de vinilo, sino también un cuadernillo con las letras de las canciones.

La evolución técnica hizo que una nueva forma de albergar la música llegara al mercado de manera masiva. Aunque la empresa Philips las desarrolló por primera vez en 1962, las cintas de cassette se popularizaron a partir de 1978. Durante los ochenta fueron el medio predominante para consumir música. Albergaban dos programas de dos canciones cada uno, dispuestos en dos caras (cara A y cara B). Para pasar de una cara a otra había que extraer la cinta del reproductor de cassettes y volver a meterla dándole la vuelta. Hoy en día parece una incomodidad, pero en su época era la tecnología más moderna.

Era popular rebobinar las cintas de cassette con un bolígrafo

En 1979 Sony sacó al mercado el walkman, que permitía reproducir cassettes en cualquier lugar. La música salía a la calle y millones de jóvenes se lanzaron a comprar walkmans y cassettes. Famoso es el litigio que Sony tuvo con Andreas Pavel por los derechos de creación de reproductor de música portátil.

Las cintas de cassette son uno de los símbolos de los años ochenta, y se consumieron también durante gran parte de los noventa. En la actualidad, han revivido de la mano de la banda sonora de la película Guardianes de la Galaxia. En 2016 se vendieron en Estados Unidos 129.000 cintas de cassette. Un número muy pequeño al lado de los 13 millones de vinilos que compraron los amantes de la música estadounidenses.

1990: el pasado de la industria discográfica

Hubo una época en la que, para escuchar una canción favorita, tenías que comprarte un disco entero. Seguramente ocho o nueve de las doce canciones que tenía aquel CD no eran del interés del usuario, pero no había forma de escuchar únicamente una canción. La creación de listas de reproducción diseñadas por cada consumidor aun quedaba lejos.

La idea del disco compacto (CD, compact disc) nació de la colaboración entre Philips y Sony, gigantes tecnológicos que llevaban décadas trabajando en mejorar la forma de albergar música. En 1982 comenzaron a comercializarse los primeros CDs, y en 1984 se lanzó al mercado el discman (como el walkman para cassettes, pero esta vez para CDs). Las cintas magnéticas daban paso a la tecnología digital para contener pistas de audio. La calidad de la música consumida aumentó considerablemente. En 1992 los CDs ya vendían más que los cassettes y los vinilos combinados. Ese año Nevermind de Nirvana llegó al número uno en la lista ‘Billboard 200’, como el álbum más vendido. Una nueva época había comenzado para la música.

Si los 8-tracks y los cassettes habían utilizado la cinta magnética para grabar el sonido, los compact discs utilizaban discos ópticos sobre los que un rayo láser grababa la música. De la misma manera se desarrollaron los DVDs (1995) y el Blu-ray (2002). Los compact discs suponían un sistema de grabación digital de sonido, por lo que era de una mayor calidad. Sin embargo los discos también podían rayarse fácilmente, eran frágiles como el vinilo.

Los CDs se consideran el último formato de la llamada «Era del álbum». Muchos críticos musicales y analistas hablar de esta época para referirse al periodo entre 1960 y principios de los años 2000, cuando el álbum fue el formato principal a la hora de consumir música (en diferentes formas físicas: vinilo, cassette, compact disc…). En la actualidad podríamos hablar en contraposición de la «Era del single«, por ser este el objeto musical de consumo más extendido. Una gran mayoría de los consumidores compran singles, no álbumes. Un single puede costar desde 20 céntimos en iTunes. Un álbum supera los 7 dólares.

1999: el año en el que llegó el futuro

En 1999 la venta de discos alcanzó su máximo histórico, con 600 millones de personas en todo el mundo comprando al menos un álbum en formato físico. La industria discográfica gozaba de buena salud, y encadenaba varios años de aumento en las ventas. Se calcula que ese año se generaron 40.000 millones de dólares en venta de discos. El CD era el rey y las tiendas de discos estaban llenas. Los noventa habían sido geniales para la industria.

Pero 1999 también fue el año en el que nació Napster, una palabra que resuena hoy en día en las cabezas de muchos empresarios, productores y creadores y se aparece en sus pesadillas. Napster fue el primer servicio que permitió compartir y descargar música en formato mp3 en Internet. Sin duda era un Internet arcaico y no masificado, pero para 2001 la web ya tenía 26 millones de usuarios activos, descargando música de manera gratuita e ilegal. Una auténtica revolución.

Rápidamente las discográficas y varios grupos (entre ellos Metallica) demandaron a Napster por violar los derechos de autor. Los creadores de la web se defendieron alegando que ellos únicamente habían creado una plataforma, una herramienta, y que eran los usuarios quienes estaban compartiendo de manera libre la música. Aun así, la sentencia condenó a Napster a pagar una multa millonaria y la web cerró en 2002. Pero Internet era un hábitat salvaje, y no se pueden poner puertas al campo. Rápidamente surgieron decenas de plataformas de intercambio de contenidos: LimeWire (2002), eMule (2000), Audiogalaxy (2002), eDonkey (2006), Gnutella (2000), Kazaa (2001)… Entonces se desató una guerra continua entre las discográficas y organismos de la industria musical contra las miles de webs que, en cada país del mundo, se iban creando mes tras mes. La Recording Industry Association of America (RIAA) consiguió hacer cerrar algunas de ellas (LimeWire, eDonkey…), pero la victoria en algunas batallas no significó el fin de la guerra. La piratería y la descarga ilegal de música iba a ser el principal problema del sector durante el siglo XXI.

Ante este panorama de anarquía en el espacio virtual y con la venta de discos en rápida y continuada caída (de los 40.000 millones de dólares generados en 1999 se pasó a apenas 10.000 millones en 2009), algunos optaron por idear nuevas -y legales- formas de compraventa de música. En 2007 el grupo Radiohead colgó su disco In Rainbows en Internet con la opción de descargarlo gratuitamente o haciendo un pago voluntario de la cantidad que el usuario estimara oportuna. El álbum se descargó 1,2 millones de veces, con únicamente un tercio de los usuarios decidiendo pagar. El importe medio de aquellos que pagaron fue de 2,90 dólares. El público se había acostumbrado a no pagar por la música.

El almacenamiento de música también vivió una revolución cuando Steve Jobs presentó en octubre de 2001 un nuevo dispositivo: el iPod. En la primera década del siglo XXI esta fue la herramienta más popular en el mundo para escuchar música. A finales de 2010 se habían vendido 275 millones de unidades. A unos cien euros por dispositivo, el negocio le salió redondo a Apple. El primer iPod tenía diez horas de autonomía y podía albergar mil canciones.

Con la masificación de los smartphones entre la población, el uso del iPod pasó rápidamente a perder su sentido: los teléfonos móviles ofrecían ya las mismas posibilidades y herramientas que los reproductores de música. Desde 2014 Apple no ofrece datos de ventas de los iPods.

2001 la compañía de la manzana estrenó iTunes, una plataforma legal de descarga y compra de música. Para el año 2013 iTunes tenía 500 millones de usuarios, que habían descargado 25.000 millones de canciones a nivel global y gastaban una media de 40 dólares al año. Una auténtica revolución en la industria musical. Por primera vez se ofrecía la posibilidad de que la gente, de manera masiva y legal, comprara música, canción a canción, creando sus propias listas de reproducción y transportando esa música en distintos dispositivos físicos (ordenador, reproductor mp3, teléfono móvil…).

2014: el año el que llegó el presente

La revista Billboard revolucionó su famosa lista ‘Billboard 200’ en el año 2014 para incluir las ventas de sencillos a través de las descargas digitales y las reproducciones en streaming. Estas dos nuevas formas de consumir música se sumaba a la venta de música física (principalmente CDs y vinilos) para conformar una industria heterogénea en las posibilidades disponibles.

Durante décadas sólo se pudo consumir música física en formatos distintos (8 pistas, vinilos, cassettes, CDs). Ahora, en el presente, ya es posible consumir música sin soporte físico. Por ello las ventas de álbumes han caído enormemente. Esta nueva realidad ha cambiado de manera radical la industria musical, y las históricas listas de álbumes más vendidos han tenido que cambiar su nombre por «álbumes más populares». Organismos certificadores como la RIAA estadounidense o revistas como Billboard han adoptado una metodología basada en la «unidad equivalente a álbum» para seguir contabilizando de manera ordenada la música que se consume. Ahora, las descargas digitales (legales) y las reproducciones por streaming se equivalen a las ventas físicas de la siguiente manera: 10 descargas equivalen a un álbum vendido, al igual que 1500 reproducciones. Es una metodología arriesgada, pero necesaria para poder registrar el estado de la industria.

Estos cambios se basan en una realidad innegable. En 2014, Uptown Funk fue la primera canción reproducida más de dos millones de veces en una semana, algo que se repitió durante diez semanas consecutivas. En septiembre de 2014 la banda irlandesa U2 hizo un trato con Apple para publicar de manera gratuita su álbum Songs of Innocence en iTunes. En ese momento 500 millones de usuarios de la plataforma musical pudieron escuchar las canciones de U2 sin comprar el disco. A cambio Apple prometió 100 millones de dólares al grupo. Cambios en las formas de consumo que el público y los usuarios no cuestionan y han interiorizado y normalizado.

En 2017, en Estados Unidos, la venta de CDs y vinilos produjo más ingresos ($1.500 millones) que las descargas digitales ($1.300 millones). Sin embargo, nada comparado con lo que la industria musical ingresó gracias al streaming: $5.700 millones. Pero, ¿en qué consiste realmente el streaming? La palabra inglesa se traduce al castellano literalmente como «transmisión», y en el ámbito de la industria musical hace referencia a todas aquellas canciones escuchadas a través de la red de Internet sin necesidad de descargarlas. Los consumidores de música a través de streaming no poseen canciones o álbumes, no los han comprado ni los han descargado. No los tienen en sus estanterías como CDs o vinilos ni en sus ordenadores o reproductores como archivos mp3. Pero los tienen a su disposición en línea, constantemente, para escucharlos una y otra vez. Es una manera legal de consumir música, y los creadores y grupos ingresan dinero por cada reproducción en streaming.

Álbumes enteros y millones de canciones están disponibles en las plataformas de streaming, muy populares en la actualidad y con un público creciente. Con la red de Internet extendida por muchos países del mundo, la cantidad de personas con opciones de escuchar música en streaming es enorme. Ni siquiera se precisa un ordenador en casa: basta con tener un teléfono móvil conectado a Internet. El siguiente paso es descargarse una plataforma de streaming y comenzar a escuchar la música que uno quiera. Spotify es posiblemente el servicio más popular del mundo hoy en día para consumir música por streaming, si bien en Estados Unidos tiene más usuarios el servicio de streaming de Apple.

Esta nueva manera de concebir el consumo de música, sin necesidad de tener que comprar discos ni descargarse canciones, parece haber encantado al gran público. En la actualidad no hay duda de que el streaming es la forma que más ingresos produce a la industria musical, y ha obligado a empresas discográficas, productores, empresarios, artistas y grupos a adaptarse a la nueva era.

Hay algunos que han tratado de resistirse a la dictadura del streaming. Taylor Swift eliminó su música de Spotify diciendo: «La música es arte, y el arte es una cosa importante e inusual. Las cosas importantes e inusuales tienen valor, y por tanto se debería pagar por ellas. En mi opinión la música no debería ser gratuita». Sin embargo el futuro arrasa con todo y Swift volvió a poner toda su música gratis en Spotify el mismo día Katy Perry publicaba nuevo álbum en la plataforma. Es más sencillo navegar con la corriente.

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