Miedo a la soledad, reconciliándonos con nosotros mismos
“Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía”
Aprender a estar solos con nosotros mismos es necesario para nuestro bienestar emocional. La soledad buscada es una experiencia fundamental a la hora de encontrar estabilidad, pero como indican las palabras de la investigadora Marcela Lagarde, hemos aprendido a tener miedo de estar solos, un miedo que en ocasiones extremas nos paraliza y nos puede hacer caer en vínculos perjudiciales basados en la dependencia.
¿Por qué sentimos miedo a la soledad?
Desde que nacemos, necesitamos de los demás paras sobrevivir. Nos desarrollamos en el seno de una familia en la que nuestras necesidades afectivas se ven cubiertas y nos desarrollamos gracias a la interacción con otras personas. Pero en algunas circunstancias, ya sea por pérdidas dolorosas o relaciones sociales pobres, las personas pueden crecer con una autoestima frágil y una fuerte necesidad de aceptación por parte de los demás.
Además, podemos adaptar en nosotros mismos las expectativas que nos imponen externamente, expectativas que pueden llegar a convertirse en distorsiones cognitivas y que, cuando llegamos a la edad adulta, se convierten en un mantra que tenemos completamente asimilado y que nos repetimos constantemente, como: “Para ser feliz necesito una pareja” o “Si a cierta edad no he conseguido formar una familia seré una persona triste y fracasada”. El no haber conseguido todo aquello que la sociedad “esperaba” de nosotros puede transformarnos en auténticos esclavos del temor al rechazo y esto nos lleva a tener formas de vidas poco saludables, llenas de frustración y dependencia.
Las consecuencias del temor a la soledad: La dependencia emocional y las malas decisiones
El profesor Timothy Wilson de la Universidad de Virginia llevó a cabo varios experimentos para estudiar el comportamiento de las personas ante la soledad, cuyos resultados fueron sorprendentes.
En un experimento en concreto, el equipo de Wilson explicó a los participantes que debían permanecer en una habitación sin ningún estímulo distractor, tales como móviles, libros o televisión. La tarea era muy sencilla, pasar 15 minutos a solas con sus pensamientos tras lo cual, los participantes percibirían una recompensa económica. Existía otra opción, los participantes podían evitar aguantar los 15 minutos presionando un botón que les infringiría una descarga poco placentera. El 67% de los hombres y el 25% de las mujeres del experimento decidieron autoinflingirse la descarga eléctrica antes que pasar 15 minutos a solas.
Seguir patrones de comportamiento que evitan a toda costa la soledad puede hacer que nos dañemos más aún que si nos autoinflingieramos esta descarga: dañamos nuestra autoestima e incluso nos mantenemos sumidos en relaciones tóxicas y perjudiciales con los demás. Sentimientos de culpabilidad constantes, obsesión por amores perdidos, una necesidad continua de estar cerca de otras personas y mantener relaciones que quizás nos aportan malestar, pero nos mantienen en ese estado de seguridad ante lo desconocido, aferrados a una realidad desdichada pero que consigue que evitemos aquello que nos puede llegar a aterrar: estar solos.
Con estas relaciones de dependencia tratamos de rellenar los vacíos existenciales que nos mantienen temerosos y dejamos de crecer por y para nosotros mismos para así adaptarnos a las exigencias y necesidades de otras personas, cuyo amor quizás nos perjudica más de lo que nos reconforta.
La necesaria soledad
Somos animales sociales que necesitan unos de otros para sobrevivir; el aislamiento y la soledad involuntaria pueden llegar a ser perjudiciales para la salud, pero la soledad buscada es un estado necesario para nuestra estabilidad mental. Nos hemos acostumbrado a estigmatizarla, a asociarla al castigo, a lo inconveniente. Algunos incluso consideran a las personas solitarias como extrañas y poco saludables.
“Todos los problemas de la humanidad provienen de la inhabilidad del hombre para sentarse en un cuarto a solas”. Parece que esta afirmación del filósofo Pascal en el siglo XVII es más cierta ahora que nunca. Nos rodeamos constantemente de estímulos que simulan compañía en un mundo cada vez más lleno ruidos. Móviles, televisión, tráfico, cualquier sonido de fondo es necesario para evadir nuestra voz interna, para enfrentarnos a nosotros mismos.
Sin embargo, estar solos es esencial para reflexionar y reencontrarnos con nuestros deseos, con nuestra realidad. Conseguimos que surjan nuevas ideas y podemos experimentar verdaderos momentos existenciales, en calma y en búsqueda de paz. Reconocer qué nos ocurre, hacia donde queremos dirigirnos y qué nos perjudica. Afrontar problemas y dejar de resistirnos ante nuestros miedos, son varios de los beneficios que abrazar la soledad de forma consciente puede brindarnos.
Como enfrentarnos al miedo a estar solos
Dejar de tener miedo a estar solos no es más que aprender a amarnos a nosotros mismos. Una meta que podemos conseguir con esfuerzo y trabajo. Es necesario alejar de nuestros patrones de comportamiento las distorsiones cognitivas que pueden mantenernos en este estado de dependencia tales como: “Sólo podre ser feliz estando con alguien” “Si nadie me quiere es porque no soy una persona valiosa” o “Yo sola/o no podré llevar adelante mi vida y mis responsabilidades”. Estas distorsiones entre muchas otras pueden ser eliminadas a través de la Terapia cognitivo-conductual que puede llevarse a cabo con un profesional de la psicología.
Practicar la autoaceptación e identificar a qué tenemos miedo, para enfrentarnos a ello y modificar todas nuestras conductas de evitación, son el comienzo para poder llegar a ser seres fuertes y felices por nosotros mismos.