Nuestra capacidad de elección

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Cuando debemos hacer una elección y no la hacemos, esto ya es una elección. W. James

Somos lo que pensamos

Nosotros, en gran medida, creamos nuestras propias emociones. Muchas de nuestras creencias las adquirimos a través de la cultura y la educación recibida, y otras las creamos nosotros mismos. El hecho de que alguna de estas creencias desafortunadas las hayamos recibido de nuestros padres o de la sociedad en la que hemos crecido no nos libera de responsabilidad. Somos nosotros quienes con plena capacidad decidimos mantener tales creencias. Somos nosotros los que en ocasiones de forma consciente y en ocasiones de forma inconsciente elegimos pensar y por lo tanto sentir de manera beneficiosa o de manera dañina para nosotros mismos.

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Es igualmente necesario reconocer que en esta responsabilidad nos acompañan tanto nuestros condicionantes genéticos como nuestro ambiente. Por lo tanto, no somos responsables de toda nuestra frustración, pero sí de una gran parte. Sobretodo somos responsables de su mantenimiento, teniendo en cuenta que tenemos en nuestras manos la capacidad de decidir y de cambiar. Cuanto antes asumamos nuestra responsabilidad, mejor para todos.

Por otro lado, la responsabilidad de nuestros actos no puede evitarse, incluso cuando nos sintamos con la obligación de actuar de forma distinta a lo que consideramos “justo” para nosotros. Evitar la responsabilidad significaría renunciar a la libertad de elección. En efecto, no se puede ser libre sin ser responsable.

Esta capacidad con la que nacemos nos permite que seamos capaces de examinar nuestro pensamiento, valorar nuestras emociones y acciones, lo que nos proporciona un alto grado de libertad, a pesar de nuestras limitaciones. Podemos observar y juzgar (aunque no siempre lo hacemos) nuestros objetivos, deseos y propósitos, y podemos además examinarlos, revisarlos, cambiarlos y volver a revisarlos y volver a cambiarlos una y otra vez. Podemos pensar acerca de nuestro pensamiento; es parte de nuestra inteligencia. Elijamos, por tanto pensar. Hagamos uso de nuestra capacidad, no la arrinconemos. PENSEMOS.

Cuanto más frecuentemente decidamos pensar abiertamente sobre nuestros deseos, objetivos y pensamientos, antes estaremos creando nuestra libre voluntad y determinación, desvinculándonos de nuestros condicionantes biológicos y de educación. Seremos en mayor medida seres “activos” que actúan en su medio, buscando sus objetivos, y no meramente seres “reactivos” que reaccionan a su entorno sin ninguna libertad de elección. Esto también se aplica a nuestras emociones, tanto las naturales y saludables como las alteraciones emocionales.

Supongamos, por ejemplo, que alguien nos ofrece un trabajo y después se echa atrás de su promesa. Lógicamente nos sentiremos decepcionados y tristes. Dichos sentimientos, perfectamente normales, nos servirán de indicador de que no estamos consiguiendo aquello que deseamos y por tanto nos pueden animar a seguir buscando eso que deseamos, en este caso, un trabajo.

Por lo tanto, nuestros sentimientos de tristeza y frustración, que inicialmente son incómodos, a largo plazo tienden a ayudarnos a conseguir más de lo que deseamos y menos de lo que no deseamos.

Elegimos como interpretamos los acontecimientos

De esta manera se puede elegir entre una emoción negativa, desagradable, pero normal y sana de decepción, frustración y tristeza, que nos impulsará a seguir con nuestro objetivo (encontrar trabajo) y saber ver el lado positivo de la situación (por ejemplo la posibilidad de encontrar un trabajo aún mejor que ese) o podemos elegir una emoción nociva y bloqueante, centrarnos en el resentimiento hacia esa persona que le hizo falsas promesas, sumirnos en nuestros propios pensamientos de inutilidad, incapacidad, negarnos a nosotros mismos cualquier posibilidad de futuro y caer en una depresión que nos incapacite completamente. Resumiendo todos y cada uno de nosotros podemos elegir.

Otro ejemplo claro de nuestra vida cotidiana es el que ocurre cuando sufrimos una gran pérdida (humana o material), se puede decir que es natural sentir emociones de angustia, pánico, depresión y rabia. Es algo básico y común a la condición humana. Pero natural o común no significa sano o saludable. Los resfriados y las infecciones son algo común y natural, pero en modo alguno son sanos o saludables. Lo mismo sucede con emociones como la ansiedad.

Un determinado nivel de ansiedad, no sólo no es malo, sino que es beneficioso. Eso nos mantiene alerta y atentos a la consecución de nuestros objetivos, también nos mantiene preparados para luchar ante las dificultades. Pero un nivel excesivo de ansiedad, nerviosismo o pánico consigue el efecto contrario, bloqueándonos completamente e impidiendo que alcancemos nuestros objetivos.

Por eso es importante reconocer y comprender esta gran diferencia. Es la diferencia entre la salud y la enfermedad, la diferencia entre desarrollarnos con normalidad como personas o bloquearnos y ser incapaces de desenvolvernos en el mundo.

En nuestra vida siempre encontraremos un lado sombrío, pero como en las dos caras de una misma moneda, también podremos hallar un lado más brillante.

Dicen que las personas optimistas creen que todo tiene arreglo, y en cierto modo es así, sólo debemos descubrir la oportunidad de desarrollo personal tras las dificultades que se nos plantean.

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