¿Por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos?

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En muchas ocasiones nos hemos encontrado en situaciones en las que alguien se negaba a aceptar una clara evidencia. Incluso nosotros mismos, siendo sinceros, nos hemos negado a cambiar de opinión sobre algo aún sabiendo que existen pruebas contrarias. Ante estas situaciones no podemos evitar preguntarnos, ¿por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos?

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Situaciones cotidianas

Qué mejor forma de comenzar el tema ilustrándolo con situaciones que todos hemos vivido en nuestro día a día. Hace poco mantuve un pequeño debate viendo un partido de fútbol. El equipo del que somos seguidores marcó un gol, pero fue anulado por el árbitro porque la pelota salió del campo antes del gol. Mi compañero mantenía que la pelota no había salido, sin embargo, mi postura era la de que sí había salido y por lo tanto el gol no era válido.

Cuando mostraron la repetición se vio claramente que la pelota había salido por completo. Ante mi sorpresa, mi compañero defendía que la pelota no había salido del todo. Justo en ese momento pensé, ¿qué puede llevar a una persona a defender aquello que la evidencia contradice? ¿Por qué a pesar de ver claramente que la pelota estaba fuera seguía defendiendo que no?

Este caso tan común se repite con frecuencia en el mundo del fútbol, en el que unos niegan evidencias claras. Una falta puede ser más discutida, pero hay agresiones claras que dependiendo del equipo son vistas como agresiones obvias o como simples lances del juego.

¿Por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos? ¿Qué hay detrás de todo esto?

¿Qué nos indica este claro ejemplo? Que observamos la realidad a través de nuestros filtros. No observamos lo que realmente ocurre ahí fuera. Sino que observamos un estímulo, lo procesamos, lo adaptamos a nuestra forma de pensar y emitimos una respuesta. Y no sólo eso, sino que en muchas ocasiones no sólo estamos condicionados por nuestra experiencia, sino que queremos llevar razón a pesar de la evidencia contraria.

Pero la respuesta a la pregunta «¿por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos?» requiere un análisis mucho más minucioso. Un análisis que escarba en lo más profundo de nuestro ser, en nuestra identidad. Por una parte abordaremos la parte más social con el experimento de Solomon Asch y veremos cómo podemos negar una evidencia clara por la presión social. Sin embargo, será en el abordaje del concepto del «yo» desde la psicología budista donde profundizaremos hasta llegar el quid de la cuestión.

Conformismo Social

En el año 1951 el psicólogo Solomon Asch llevó a cambio una serie de experimentos que no dejarían indiferente a nadie. Pongámonos en situación. Una habitación. Un grupo de gente de entre 7 y 9 personas sentadas a una mesa. Un experimentador. Una pantalla con dos diapositivas. En la diapositiva de la izquierda se ve una línea vertical de una longitud concreta. En la diapositiva de la derecha se ven tres líneas verticales (A, B, C) con diferentes longitudes. Los participantes deben decir cuál de las tres líneas verticales mide lo mismo que la línea de muestra de la diapositiva de la izquierda.

Las diferencias entre líneas eran claras para no dar ningún margen de error. Sin embargo, todos aseguraban como correcta una línea que claramente no media lo mismo. ¿Cómo podía ser esto? ¿Qué estaba pasando? Resulta que todos los que estaban sentados, excepto uno, eran cómplices del experimentador. Debían decir una respuesta errónea y observar qué ocurría cuando llegaba el turno de la «víctima». ¿Diría la misma respuesta que la mayoría o diría la respuesta correcta?

«La tendencia a la conformidad en nuestra sociedad es tan fuerte que los jóvenes razonablemente inteligentes y bien intencionados están dispuestos a llamar negro al blanco. Este es un motivo de preocupación. Plantea preguntas sobre nuestras formas de educación y sobre los valores que guían nuestra conducta». –Asch

El 36,8% de los sujetos «víctimas» aseguró que la respuesta correcta era la incorrecta. En condiciones normales sólo fallaba un 1%. Esta subida tan abismal de errores arrojó luz sobre la teoría del conformismo social en la que, sin duda, existe una presión social subyacente.

Este experimento nos muestra cómo a pesar de tener una evidencia delante, la presión social puede hacer modificar nuestra respuesta. En este punto entramos en otro aspecto importante ya que aquí se podía vivir la presión social y por ello se erraba en la respuesta. ¿Pero qué ocurre si lo trasladamos al día a día?

Aferramiento al Yo

La psicología budista nos da una visión muy profunda e interesante sobre el por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos. Y la respuesta a esta incógnita sería el «aferramiento al yo«.

Desde que nacemos nos bautizan con un nombre. Poco a poco comenzamos a formarnos una identidad. Primero nos influyen nuestros padres, nuestra familia, el entorno cultural en el que vivimos. Posteriormente los amigos del colegio, los profesores, los compañeros del instituto, etc.

Nos pasamos la vida rodeados por personas e información que influyen en nuestro modo de pensar y de actuar. No es lo mismo nacer en la España de los años 40 que nacer en el mismo país en el año 2000. La forma de ver la vida de una persona y la otra será muy diferente. Incluso tampoco será lo mismo nacer en el mismo año pero en países diferentes.

Cada persona, por su experiencia, por su cultura, por su entorno, por sus inquietudes se ha ido formando gradualmente una forma de ser, esto es, un «yo». ¿Pero qué ocurre? Desde la psicología budista, este «yo» no es más que la suma de todos aquellos condicionamientos que hemos ido recibiendo desde pequeños. Por lo tanto, no es más que una construcción y como tal está sujeto a cambio. El aspecto clave, según el budismo, es que no estamos dispuestos a desprendernos el «yo».

El «Yo» y la Impermanencia

Este «yo» nos da una supuesta identidad fija e invariable que nos define como individuos, sin embargo, nada es fijo ni permanente por lo que el «yo» también estaría sujeto a cambios. Aquí entra en juego el concepto budista de «impermanencia«, esto es, que nada permanece y todo cambia. Todo está en constante cambio aunque no lo percibamos.

Algunos cambios son más obvios, pero otros no tanto. Debido a que todo está en continuo cambio, el «yo» también, pero nosotros nos aferramos a una identidad estática e inmutable. Dentro de esta identidad radican creencias, pensamientos, ideas, etc.

Así pues, el hecho de que algo contradiga lo que llevamos pensando toda una vida pone en peligro nuestro «yo», nuestra identidad, por lo que preferimos negar la evidencia antes de «romper» el concepto (o una pequeña parte) que tenemos de nosotros mismos.

Pensar que podemos dejar de ser nosotros a mucha gente le da miedo. Consciente o inconscientemente produce rechazo ya que podemos sentir que nuestro «yo» se está desdibujando y estamos siendo otra persona. De esta forma, es fácil responder por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos. ¿Cuántas veces hemos escuchado la famosa frase «yo soy así»? No es más que una afirmación sobre una forma de ser única e inmutable.

También hemos escuchado muchas veces frases como «me da igual lo que diga la ciencia, esto es así y punto». Lo que se esconde detrás de esta aseveración es una afirmación en las ideas que forman el «yo». Porque… ¿qué pasaría si lo que llevo pensando toda mi vida no es como pensaba? Mucha gente sentiría que se derrumba algo por dentro. «No puedo estar toda mi vida equivocado…».

El Yo y las Expectativas

Lama Rinchen, maestro budista, asegura que aquellos con una mente cerrada al cambio son más propensos a sufrir crisis existenciales cada cierto tiempo. Estas crisis son fruto del contraste tan grande que se ha ido creando con los años entre nuestra idea de «yo» y la realidad que nos rodea. Así pues, se produce una crisis que les hace cambiar el «yo».

La mayoría de los estudiantes cuando acaban la carrera se imaginan en el plazo de unos diez años ejerciendo su profesión. A esto se le suele añadir una estabilidad económica, un coche, una casa, incluso una familia. Cada uno proyecta su futuro según le gustaría.

Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, esto no se cumple y nos tenemos que adaptar a la realidad. Es aquí donde muchos sufren sus crisis ya que existe una incoherencia entre las expectativas y lo que realmente ocurre. Cuánto más nos aferramos a nuestras expectativas, mayor será el sufrimiento.

Por otro lado, defiende que aquellos con una mente consciente del cambio continuo, no necesitan tanto tiempo para modificar su «yo». Sino que se produce de forma gradual al mismo tiempo que cambian las circunstancias. De esta forma, cuando observan una evidencia, en lugar de cerrarse a ella, la observan y la integran en su «yo«. En este caso sería el estudiante que poco a poco se adapta a las circunstancias de la vida y modifica sus objetivos conforme pasan los años y surgen más o menos oportunidades.

Leon Festinger y la Disonancia cognitiva

En 1957 el psicólogo Leon Festinger utilizó el concepto de disonancia cognitiva para definir el esfuerzo que realiza un individuo para establecer un estado de coherencia con él mismo.

«Las personas tienden a mantener coherencia y consistencia entre las acciones y los pensamientos. Cuando no es el caso, las personas experimentan un estado de disonancia cognitiva». –Festinger

El ejemplo más claro son aquellos que aún sabiendo que el tabaco es perjudicial siguen fumando. Nadie quiere poner en peligro su salud pero suelen justificarse con frases como: «para qué vivir si no se puede disfrutar de la vida». A pesar de la evidencia de la relación tabaco-cáncer, los fumadores adaptan sus pensamientos a una conducta en contraposición con tener una buena salud.

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Detrás de la adaptación a una conducta en disonancia con nuestros pensamientos se esconde el autoengaño. Alguien puede estar seguro que nunca será infiel, sin embargo, si un día lo es chocará contra sus creencias más profundas. ¿Qué ocurrirá? Posiblemente comience a culpar a su pareja: «ya no era la misma».

Albert Bandura y la desvinculación moral

Albert Bandura propuso en 2002 la teoría de la desvinculación moral para justificar los comportamientos a pesar de la disonancia cognitiva. Esta desvinculación moral consiste en desactivar los sentimientos de culpa y puede basarse en uno o más de los siguientes mecanismos:

  1. Justificación del acto inmoral. Consiste en la reconstrucción cognitiva del acto inmoral de forma que el acto justifique un logro mayor. Un ejemplo podría ser torturar a un presunto terrorista. Se podría justificar el actor inmoral de la tortura para evitar futuros atentados. También entra en juego la comparativa. El fumador puede comparar su conducta con otra peor: «yo sólo fumo, otros hacen cosas peores».
  2. Negación y rechazo de la responsabilidad individual. La persona que ha cometido el acto inmoral asegura que su intención no fue dañar a nadie. También tienden a culpar a las condiciones externas y aseguran que fueron «empujados» a actuar de la forma en que lo hicieron. Por otro lado, también encontramos aquellos que se justifican diciendo que su acción es poco importante dentro de aquellos que realizan una acción inmoral. Por ejemplo, una persona puede lanzar una lata al suelo asegurando que «por una lata no pasa nada, hay gente que contamina mucho más».
  3. Negación y rechazo de las consecuencias negativas. La persona asegura que no ha perjudicado directamente a nadie. Por ejemplo, si alguien entra a robar a nuestra casa, el ladrón puede justificarse pensando que el seguro nos devolverá la cantidad de lo robado.
  4. Negación y rechazo de la víctima. Consiste en culpabilizar a la víctima: «Él/ella me ha provocado». También entra en juego la deshumanización, en la que se degrada de tal forma a la víctima que deja de generar empatía como ser humano.

Hemos podido comprobar que la cuestión «¿por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos?», no ha pasado desapercibida entre los estudiosos de la conducta humana. Desde la psicología budista hasta la psicología moderna han establecido sus teorías para explicar este fenómeno.

Como hemos podido leer, las teorías de Festinger y Bandura en el fondo consisten en no dañar la imagen que tenemos del «yo». Cuando interioricemos que todo está constantemente sujeto a cambio podremos aceptar aquellas evidencias y hacerlas nuestras. Y sabremos que nuestra identidad no corre ningún riesgo, al contrario, nos enriqueceremos cada vez más.

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