Preocupación: cuando me preocupo por preocuparme

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Los seres humanos nos diferenciamos principalmente de otros seres vivos por nuestro uso de la razón, usamos la razón como base de elaboración y procesamiento de toda la información que forma nuestros pensamientos.

El procesamiento de la información, provocará en nosotros respuestas. La mayoría de ellas de canalizadas en forma de conducta.

Con frecuencia los pensamientos que creamos (cogniciones), por diferentes causas, pueden verse “desajustados” de la realidad provocando en nosotros que un pensamiento o acción que debería ser normal se convierta en patológica.

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¿Qué significa preocuparse?

El verbo preocuparse proviene del latín “preocupare”, formado por un prefijo “pre” y un lexema “ocupare”, es decir: estado previo a una acción. Provocando un estado de tener un espíritu absorto por una inquietud, temor o desasosiego.

La preocupación suele afectar básicamente a tres áreas:

  • Área cognitiva o psicológica: temor, espera de un peligro, sentimientos pesimistas, preocupación por hechos futuros llegando a afectar a la atención, memoria y concentración.
  • Área conductual, motora y relacional: Irritabilidad, ansiedad, tensión en las relaciones familiares y ambientales.
  • Área fisiológica o somática: hiperactivación vegetativa.

Estas áreas pueden verse alteradas cuando nuestra preocupación es muy elevada o al mismo tiempo cuando nuestras preocupaciones forman parte de un pensamiento diario recurrente.

¿Cuándo nuestra preocupación se vuelve patológica?

Como psicóloga quizás debería trazar en este artículo aquello que debe considerarse un problema y aquello que no lo es, pero creo que no sería una acción muy profesional.

Creo firmemente que el punto de inflexión no está en el tipo de problema sino en cómo lo procesamos en nuestra mente. Cada persona es diferente, con sus propias características, recursos y experiencias vividas, todos llevamos nuestra mochila personal. Considero que una persona definirá algún acontecimiento como problemático en función de sus propios estándares.

Así que no pretendo definir cuando un problema es motivo de preocupación y cuando no lo es, lo que sí es importante es hacer hincapié en saber diferenciar cuando nos ocupamos para no preocuparnos y resolver aquello que nos preocupa o por el contrario cuando nuestras preocupaciones se transforman en nuestra preocupación: me preocupo por estar preocupado.

Cuando yo me preocupo por estar preocupado ante situaciones de bajo índole de probabilidad, entonces es cuando cruzamos la línea difusa y los psicólogos hablamos de preocupación patológica.

¿Sufro preocupación patológica?

Cuando hablamos de Preocupación Patológica entendemos que nuestra visualización para procesar el acontecimiento adverso ya no se centra en cómo solucionarlo, sino en que casi todo aquello que nos rodea tiene un índice de preocupación, aunque la probabilidad de que pase sea muy poco escasa. El propio acto de preocuparse se percibe como una preocupación provocando que las tres áreas de las que hablábamos anteriormente, se desequilibren provocando un estado de hipervigilancia, no solo en momentos concretos sino que nuestro cuerpo se mantenga en un estado de alerta crónica afectando gravemente toda nuestra vida diaria y bienestar.

Ante estos fuertes niveles de preocupación, nuestra ansiedad también se eleva, ya que estamos en une estado de alerta ante cualquier situación, con lo cual podríamos establecer que la preocupación patológica en un 95% de los casos está fuertemente asociada con un estado de ansiedad generalizada.

Sintomatología de la preocupación patología

La sintomatología de la preocupación patológica está estrechamente ligada a la de la ansiedad:

  • Pensamientos recurrentes acompañados por pensamientos contrafactuales: Entendiendo por pensamientos contrafactuales los atribuibles a una situación que no ha ocurrido en el tiempo pero en nuestra mente se genera el esquema mental de: ¿y si hubiera ocurrido? o ¿y si ocurriera? Este tipo de pensamiento puede generar una fuerte sensación de ansiedad sobre todo ante ocurrencias negativas o de muy baja probabilidad.
  • Sueños recurrentes sobre nuestras preocupaciones
  • Estado de hipervigilancia, actuando como si en cualquier momento lo que nos preocupa vaya a suceder.
  • Evitación de situaciones o personas que generen preocupación.
  • Angustia intensa debido al pensamiento repetitivo.
  • Reactividad fisiológica como exceso de sudor, taquicardia, dolor muscular, fatiga, etc.

La sintomatología puede ser muy variada a pesar de haber unos rasgos comunes que diferencian un estado normal de preocupación que de una patología.

Lo que es realmente importante, y espero poder transmitíroslo en este artículo, es la importancia de dedicarnos tiempo a escucharnos a nosotros mismos, a nuestro cuerpo, nuestros pensamientos: desarrollar nuestra capacidad de “Insight” ya que el conocimiento permitirá definir las líneas difusas entre aquello que es equilibrado y aquello que está provocando en nuestro bienestar, salud mental y física un daño necesario de intervención.

El punto en inflexión es ser conscientes y saber discernir cuando la preocupación se ha vuelto la protagonista ya no solo de nuestros pensamientos, sino de lo que nos define en nuestro día a día. Cuando ello ocurre, hemos de tener la capacidad para buscar ayuda en especialistas y las personas que nos rodean. Como profesional creo firmemente en su reconducción, como decía la escritora Banana Yoshimoto: “Nunca se sabe lo que puede suceder en el futuro, porque las vidas sin problemas no existen, por lo tanto no era improbable que volviera a vivir circunstancias parecidas y entonces quizás a recaer y perder los nervios. Sin embargo, la vida trascurría sin que yo me dejara embargar por la preocupación”.

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