Síndrome del Salvador, ¿qué es y cómo superarlo?

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El síndrome del salvador lleva a que algunas personas ayuden a otras por encima de sus posibilidades.

Ayudar a los demás es considerado un gesto noble, sin embargo, quien padece el síndrome del salvador puede llevar esta situación al extremo, incluso poniendo en juego su salud mental, pues no solo tiene la creencia de que es capaz, sino que es un imperativo. La diferencia es que la persona con este síndrome brinda un apoyo que es desproporcionado y que puede ir más allá de lo humanamente posible. En este sentido, el salvador depende del otro, por quien realiza sacrificios y obtiene a cambio reconocimiento.

Se considera que este síndrome lo desarrollan personas que desde la infancia han tenido que asumir responsabilidades fuertes, propias del adulto, como quien se hace cargo de sus hermanos menores, por ejemplo, o de sus abuelos, viviendo experiencias afectivas que son desiguales.

En la vida adulta, la persona con el síndrome del salvador puede escoger, de forma consciente o inconsciente, parejas con carencias afectivas o ciertas dificultades para terminar haciéndose cargo.

El síndrome del salvador

El síndrome del salvador se podría explicar a través del modelo del triángulo de Karpman, según el cual hay tres roles que adoptan las personas al relacionarse con los otros. De acuerdo con este modelo, gran parte de los conflictos interpersonales resultan de procesos que se llevan a cabo de forma inconsciente y que impulsan a la persona a adoptar un rol conflictivo.

Los roles son los del perseguidor, el salvador y la víctima. Esta forma de comunicación reforzaría la dependencia entre los participantes, impidiendo que ellos tengan interdependencia. El rol del perseguidor acusa, juzga, critica o castiga, es decir, su personaje asume el control. La víctima asume un papel de queja, evade sus responsabilidades y se vuelve dependiente, necesitando de la intervención de un salvador. El salvador adopta el papel de rescate incondicional del otro, sin permitirle que resuelva sus dificultades. Puede llegar a olvidar sus necesidades en aras de servir al otro. El salvador sobreprotege y con ello detiene el crecimiento de la otra persona. Con esta forma de actuar, proyecta una imagen de bondadoso y hace cosas que incluso no desean.

Aunque la actitud del salvador parezca genuina, la verdad es que termina por perseguir al salvado. Puede preocuparse tanto por los demás que su propia felicidad queda olvidada y no logre disfrutar de la vida.

Vallhonrat en su estudio sobre el triángulo dramático, también llamado Triángulo de la Supervivencia, sostiene que durante la infancia se asumen estos papeles para lograr sobrevivir emocionalmente. Los niños comienzan por sentirse víctimas, ya que todas sus necesidades no pueden ser cubiertas, especialmente la de sentirse amado de forma incondicional. Tampoco puede decir un ‘no’ como respuesta en todo momento porque depende de los adultos.

El niño que se siente víctima, se convierte luego en un perseguidor en el colegio. Esto también sucede en la edad adulta, en la medida que cada quien busca protegerse de su dolor emocional. Algunos adultos se convertirán en salvadores, otros van a sentir resentimiento y serán perseguidores y otros terminarán como niños indefensos, o víctimas.

Todos estos roles son un intento de conseguir afecto. El salvador actuará bajo influencia de la culpa, la víctima del resentimiento y el perseguidor de la agresividad.

¿Cómo salir del síndrome del salvador?

Para establecer relaciones sanas y abandonar el rol del salvador es necesario, en primer lugar, tomar conciencia del papel que se está asumiendo, el cual pudiese estar siendo interpretado desde la niñez como una forma de entablar un equilibrio en el sistema familiar.

Las personas que juegan el rol del salvador necesitan sentirse útiles, especiales o valoradas y queridas. Por ello no desean abandonar el papel.

El proceso comenzaría por aprender a amarse y valorarse a sí mismo, fortaleciendo su autoestima y permitiendo que cada quien se haga cargo de sus responsabilidades. Se debe permitir que los demás tomen sus propias decisiones. Incluso, es necesario respetar a los otros, sin pretender cambiarlos o dirigir sus vidas. Más bien, se debe trabajar en las propias carencias.

La ayuda que se preste a los demás debe estar caracterizada por el respeto, aceptándole y dejando espacio para que cada quien asuma la responsabilidad de su vida.

Una persona que ha vivido mucho tiempo interpretando uno de estos papeles es posible que no pueda abandonarlo tan fácilmente, por ello se sugiere siempre acudir con un especialista en salud mental para conocerse a sí mismo y emprender algunos cambios positivos para el propio desarrollo y así sostener relaciones sanas con el resto de las personas que forman parte del entorno.

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