El sentido común, el menos común de los sentidos
¿En qué consiste el sentido común?
Podríamos decir que el sentido común es lo que la gente piensa a nivel general sobre un tema en particular. Es como una especie de “acuerdo natural” que las personas hacen sobre algo. Es una forma de juzgar razonablemente las cosas, sin necesidad de que una determinada información esté comprobada científicamente; lo único que importa es que la mayoría de las personas lo consideran cierto.
Un factor importante relacionado con el sentido común es la experiencia que cada persona ha tenido en el transcurso de su vida. Muchas de esas experiencias nos aportan conocimientos valiosos y positivos, por lo que, según el conocimiento que se adquiriere en base a esas experiencias, se establecen creencias que a nivel popular se consideran de buen juicio.
En general, el sentido común también depende de no complicar excesivamente una situación, de aplicar experiencia, conocimiento general y de confiar en que determinadas premisas sean válidas para situaciones futuras.
Toda persona a lo largo de su vida se encuentra con frecuencia con situaciones que le suponen un dilema, momentos en los que ha de tomar una decisión. Cuando llegamos a este punto, solemos confiar en nuestras experiencias, sabiduría y, por supuesto, nuestro sentido común… pero ¿sabemos utilizar este “sentido” correctamente? Pues la verdad es que muchas más veces de lo que creemos la respuesta es NO.
Tomar una decisión a la hora de elegir un objeto material puede ser una tarea más o menos sencilla, pero hacerlo con personas y situaciones, no siempre es tan simple y nos vemos supeditados a la presencia de nuestros sentimientos y emociones, a parte de a nuestro estado personal del momento.
Cuando debemos tomar una decisión
Así pues, en situaciones comprometidas, como cuando alguien nos pide un favor o simplemente una opinión, cuántas veces nos hemos sentido abocados a hacer o decir aquello que, en realidad, no queremos hacer o no pensamos.
Cada cual, dependiendo del momento, la situación y las circunstancias adopta una postura, que es la que cree más adecuada y conveniente de acuerdo con sus propios deseos y convicciones.
Y aunque lo ideal es tomar una decisión sin represiones externas sociales, pero preservando un cierto grado de autodominio (ya que tampoco debemos “desatarnos” porque sí, el respeto mutuo es fundamental para la convivencia), a la hora de la verdad muchas veces es el “qué dirán” (o mejor dicho, “qué pensarán”) o los propios prejuicios los que nos impiden actuar serenamente y, como dice el enunciado de este capítulo, con sentido común.
Por ejemplo, para una mujer algo presumida le parecerá totalmente válido y correcto vestir con zapatos de tacón, pero ¿es eso de sentido común? Sinceramente, muy cómodo no es, bueno para la salud de las articulaciones de los tobillos, la espalda, las rodillas, tampoco. Parecerá más alta, efectivamente, estará más elegante, lo más probable, aunque todo dependiendo de la cultura o sociedad en la que se encuentre viviendo, pero atribuirle la propiedad de ser algo muy razonable no es.
Pero pongámonos del otro lado, para esta misma mujer si va a acudir a una fiesta o una importante reunión de trabajo, lo que carecería de sentido común sería vestir con chándal y zapatillas de deporte. Por tanto, ¿es realmente tan común este sentido? ¿No es más bien algo totalmente subjetivo y sujeto a convencionalismos?
El sentido común nos debería proteger de cometer errores, de caer en problemas o conflictos, y como consecuencia, de que la propia humanidad sucumba a su total falta de sensatez, entonces preguntémonos: ¿Talar sin medida los bosques y las selvas para utilizar la madera de sus árboles o producir enormes pastos, es de sentido común? ¿Matar elefantes indiscriminadamente para conseguir el marfil de sus colmillos y hacer adornos, es razonable?
¿No compartir las riquezas, el agua o la comida con nuestros semejantes y vivir para acumular, es normal? ¿Agredir a otra persona por ser de una ideología o equipo de fútbol distintos al nuestro, tiene sentido? Aquí la respuesta es incluso más obvia, entonces, ¿qué nos está pasando?
Seguramente nos parecerá que cualquier animal tiene más sentido común, y es cierto, pues no tiene tantas cosas en qué pensar, ni tanto que sopesar para tomar una decisión. He aquí nuestro eterno dilema, los humanos disponemos de tantas posibilidades de acción que muchas veces nuestra mente no es capaz de valorarlas todas con el tino suficiente como para llegar a una conclusión realmente beneficiosa para nosotros, tanto a corto, como a medio o largo plazo.
Uno de los principales obstáculos que encontramos en este sentido, es la gran importancia que le hemos ofrecido las personas a nuestras “necesidades”. Nos decimos constantemente: “necesito tener bastante ropa, para vestir bien en todas ocasiones”, “necesito tener un teléfono móvil”, “necesito un televisor”, “necesito amueblar la casa y decorarla con objetos bonitos”, “necesito tener un coche”, “necesito un ordenador”…, en fin, la lista es realmente interminable, y eso que sólo describo algunas de las “necesidades” más habituales. Pero no nos olvidemos de las necesidades no materiales, que han sido elevadas por nosotros mismos al nivel de necesidades irrenunciables: “necesito tener pareja”, “necesito tener muchos amigos”, “necesito tener un hijo”, “necesito ir de vacaciones a tal o cual sitio”, “necesito ser guapo/a y tener un cuerpo perfecto”…
¿A qué nos referimos cuando hablamos de Personalidad?
Separar necesidad de deseo personal
¿Es realmente todo esto necesario? Si intentamos razonar con algo más de claridad, nos daremos cuenta de que algo se considera necesario cuando sin ello nuestra vida podría verse seriamente afectada o dañada, ¿es así en estos casos? Alguna de las cosas que verdaderamente necesitamos son, por ejemplo, comida, agua, ropa (pero para guarecernos de las inclemencias del tiempo), una casa donde sentirnos seguros o en su lugar un sitio para descansar y dormir. Todo lo demás es deseable (muy deseable quizás), pero jamás necesario y para nada imprescindible.
La prueba está en que muchas personas que no se consideran socialmente atractivas son felices, también hay muchas que no tienen buena salud pero no les impide disfrutar de la vida, muchos solteros son felices, numerosas personas sin objetos de lujo también son felices, de hecho existen varios ejemplo ya famosos de personas que llevan años viviendo sin dinero alguno, como la alemana Heidemarie Schwermer que lleva haciéndolo desde el año 1996 cuando contaba con 53 años.
o Daniel Suelo de los Estados Unidos que lo lleva haciendo desde el año 2000, él mismo quemó su pasaporte y su carnet de conducir, vive en una cueva del desierto de Utah, con total libertad, sin compromisos, no tiene pareja ni hijos, se autoabastece con los alimentos que encuentra en la naturaleza o lo que alguna persona le ofrece generosamente, lo que sí tiene son buenos amigos y participa de una vida cultural activa, “lo que en realidad es mucho más necesario para el equilibrio emocional y es lo que nos hace realmente normales” según él mismo explica.
Conclusiones
Por desgracia, nos rodeamos de necesidades nuevas a diario sólo por el hecho de verlo en los demás y de no querer ser “menos” que ellos, cuando sabemos que muchas personas en numerosos países que viven sin prácticamente nada, y se ha podido demostrar que no es ese el verdadero indicador de su felicidad.