Rasgos de las personas emocionalmente maduras
¿Qué es la madurez emocional?
La madurez emocional es la capacidad de adaptarse y desarrollarse en el mundo tomando responsabilidad de las propias acciones, consiguiendo controlar las emociones y teniendo en cuenta perspectivas diferentes a las de uno/a mismo/a. Este conjunto de características dotan a las personas de herramientas para poder llevar una vida más satisfactoria y exitosa tanto en planos sociales como laborales y personales.
Se trata de un estado de plenitud emocional en la que la persona es capaz de tomar decisiones de forma racional y empática, comprendiéndose tanto a sí misma como a los demás, sin llegar al descontrol emocional, la impulsividad y al egoísmo propio de etapas infantiles.
Esta inteligencia emocional permite a las personas interactuar con sus propias emociones, tener mejores relaciones con los demás y resolver los problemas de una manera más eficaz y segura.
¿Cómo se consigue mayor madurez emocional?
El estado de madurez emocional se consigue a través del aprendizaje, de las experiencias que marcan nuestras vidas y nos hacen salir de nuestra zona de confort, de los retos y los problemas, especialmente de aquellos problemas más dificultosos que nos han hecho plantearnos nuestras vidas y circunstancias. El tiempo es un gran aliado para alcanzar este estado, sin embargo no es completamente determinante, ya que muchas personas de edad avanzada no resultan emocionalmente maduras, mientras que otras de menor edad, sí pueden serlo.
Alcanzar la madurez emocional trata más bien de poseer una actitud abierta al constante crecimiento, observar lo que hay a nuestro alrededor y aprender, siendo conscientes de que cada experiencia es esencial en nuestro desarrollo y adaptación al medio.
¿Cuáles son las características de las personas emocionalmente maduras?
Las personas emocionalmente maduras suelen poseer una serie de rasgos que los caracterizan como personas más deseables en cualquier tipo de relación social por su capacidad de enfrentar los problemas e interactuar con los demás. Algunos de estos rasgos son:
1. Buscan su propio desarrollo personal e independencia
Las personas emocionalmente maduras poseen un gran deseo de aprender y experimentar retos vitales. No se conforman con estancarse en un patrón determinado, sino que son capaces de analizar aquellos aspectos en los que pueden mejorar y avanzar para alcanzar las metas que les llevarán a un mayor desarrollo personal.
Son personas que no se limitan a pensar “Actúo así porque soy así”, ante cualquier adversidad, sino que se esfuerzan por mejorar y cambiar aquellos comportamientos con los que menos desean identificarse. Esto, les hace estar más preparados para enfrentar los contratiempos de la vida, manteniendo una actitud proactiva y sacando partido incluso de las experiencias negativas de las que aprenden y con las que crecen personalmente. A través de esta necesidad de crecimiento, las personas viven su propia independencia, sin seguir a la multitud o depender de otros, más que de sus deseos y pasiones.
2. Autoaceptación y respeto por sí mismos
La madurez emocional se distingue por la existencia de una actitud de respeto, tanto por uno mismo como por los demás. Este auto respeto descansa en una aceptación plena de quiénes son, no solo de las mejores cualidades, sino también de los defectos y las limitaciones. Hacer las paces con uno mismo, perdonar los propios errores y practicar la autocompasión y la bondad personal, es importante para poder controlar nuestras emociones negativas y vivir una plena y en paz con nosotros mismos, ya que difícilmente podremos querer a los demás y tener relaciones sanas con otros sin una relación sana con nosotros mismos.
3. Autocontrol emocional
La autoconciencia y el conocimiento personal son condiciones que propician el autocontrol, tanto emocional como conductual. A través de la experiencia vital, las personas maduras emocionalmente aprenden a identificar los impulsos nerviosos que aparecen en situaciones estresantes y a controlarlos para poder mantenerse en calma. Esto consigue que sean capaces de resolver mejor los problemas y actuar con mayor racionalidad, ya que la falta de autocontrol suele conducir a malas decisiones y arrepentimientos.
Las personas maduras suelen moderar su conducta y observar la situación antes de emitir una respuesta, analizando la situación y evitando los comportamientos autodestructivos. Otra característica muy importante es que saben asumir la responsabilidad de sus acciones y sus propias vidas, sin caer en la culpabilización ajena constante y en los comportamientos egoístas.
4. Capacidad de comunicar
Ser capaces de verbalizar cualquier problema de forma respetuosa y racional es un claro signo de madurez emocional. Las personas inmaduras, por el contrario, suelen ponerse a la defensiva e incluso cortar la comunicación cuando tienen problemas con otros, pero pocos enfrentan la situación con honestidad, respeto y una escucha abierta.
Pedir perdón y aceptar las equivocaciones, así como actuar con humildad y amabilidad, parte del comportamiento usual de las personas maduras que, conociéndose a si mismas y sus buenas cualidades, no tienen problemas en reconocer sus errores y los de otras personas, practicando la compasión y la sinceridad.
5. Empatía y respeto por los demás
Incluso aunque no estén de acuerdo con ciertas actitudes u opiniones ajenas, las personas maduras no tienen necesidad de criticar o juzgar más de la cuenta. Estas son capaces de salir de su propia visión y perspectiva de las situaciones y ponerse en la piel de los demás, debido a su capacidad de adaptación y a su propia autoconciencia. Es por ello que aunque no aprueben ciertas conductas o comportamientos, son proclives a sentir compasión y empatía por otros.
6. Apertura mental
La necesidad de crecimiento personal está muy ligada a la apertura mental de las personas. Aquellos que son emocionalmente maduros, no restringen su vida a unas pautas lineales y eternas, sin salir jamás de sus ideales y su zona de confort. Por el contrario, tienden a no ponerse límites y a experimentar la vida con flexibilidad, haciendo frente a cualquier circunstancia por difícil que sea, con una visión positiva y sin temor a lo imprevisible. Al contrario que una persona inmadura, que se cierra en su visión del mundo y se niega a cambiar, las personas maduras sienten tal seguridad en sí mismas que pueden enfrentarse al cambio con mayor resiliencia.